Caos, un orden de método desconocido

Antes era una persona ordenada. Incómodamente ordenada con las cosas y las ideas. Cosas que se acumulan, llegan y se van… Libros, papeles y cosas. Incluso tenía clasificadas las «cosas» por colores. Como la ropa. Había desarrollado la teoría que por la mañana me levantaba con ganas de un color y, de ese modo, era más fácil decidir qué ponerse y no perder demasiado tiempo en algo que no me interesaba demasiado. A mí me parecía muy práctico. El desorden me alteraba, no me permitía pensar, ni concentrarme, ni escribir ni dibujar. Nada. En el desorden habitaba mi caos interior. Curiosamente, al pasar los años, estoy encantada de comprobar que la cosa era diferente. Tener la necesidad de tenerlo todo ordenado, era muy parecido a tener la dependencia de tenerlo todo controlado, cosa, por otro lado, enfermiza a la vez que imposible, que termina por convertirte en alguien de actitud rígida consigo misma y con los demás. Cuando tomé conciencia de ello, empecé a practicar un moderado «desorden consciente«, así lo llamo. Lo observo, lo tolero y ahora, incluso, lo disfruto. En realidad lo que disfruto con una sutil sonrisa, es de darme cuenta que he dejado atrás también ese apego. Por cierto, unos libros son ahora mi mesa de noche…

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La sociedad es ya bastante estructurada, ordenada, llena de métodos, horarios, calendarios, órdenes, acuerdos estrictos y las cosas que nos rodean son cuadradas, encajan perfectamente en su embalaje, para poder apilarse y transportarse de forma optimizada. ¿Dónde está la libertad de la creatividad? ¿Dentro de una caja blanca de 15×5 con una manzanita blanca? No creo…

La creatividad está dentro de uno mismo, y solo necesita un poco de aire, espacio, dejarse sorprender por algo inesperado, fuera de lugar, diferente en forma o color… como una amapola destaca en un campo de trigo, mucho más que rodeada solo de amapolas.

Ahora, menkanta la idea «A perfect mess«, un follón perfecto, del autor Eric Abrahamson, y tomo prestada una reflexión que llamó mi atención:

«pasar 20 horas ordenando tu mesa no te va a devolver 20 horas de eficiencia».  

Y de pronto, llega el concepto Entropia, como la magnitud termodinámica que indica el grado de desorden molecular de un sistema. Somos átomos, ¿no?

Después no sé qué vendrá, pero la tendencia parece que va hacia una convivencia amable entre las cosas que co-habitan conmigo. Aunque tengo claro que las personas creativas sí suelen ser desordenadas, esto no significa necesariamente que todas las personas desordenadas sean creativas. La consecuencia del desorden no es la creatividad. Glamour y creatividad, no van de la mano en personas cuyas obras admiro.

Se me ocurre un plan ¿Qué tal si nos permitimos un poco de caos, y dejamos aflorar un poco más de creatividad innata de todo ser pleno, en esta vida tan ordenada, organizada y donde todo está perfectamente previsto, incluso los imprevistos? ¿Vamos?

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El estudio de Bacon, Francis Bacon. Un genio en estado puro y en su propio caos de método íntimamente desconocido.

Si te interesa el caos y la creatividad, aquí te dejo unos links:

 Un estudio de 2013 mostró cómo un ambiente desordenado favorecía respuestas más creativas de los participantes que uno limpio y arreglado. A modo de compensación, el mismo experimento puso de manifiesto que la gente ordenada prefiere la alimentación sana, es más propensa a donar dinero y tira más por lo clásico que por lo nuevo.
En un artículo publicado en el New York Times, Katheleen D. Vohs, una de las autoras de este trabajo, también apuntaba que la tendencia a oficinas minimalistas podía suponer un freno a la creatividad. No se trata sólo de que no sea posible el desorden, sino de que cada vez tenemos menos espacio propio.
Al momento de trabajar o estudiar, las condiciones en las que se encuentra nuestro escritorio podrían tener un efecto fundamental en nuestro desempeño.